sábado, 15 de mayo de 2010

Podría decirte tantas cosas.


Podría decirte tantas cosas, que necesitaría toda una eternidad para decírtelas, y aún así no sería suficiente. Te diría, por ejemplo, que no me gustan tus ojos (cuando no me miran), que no me gustan tus labios (cuando no me besan), ni ese temperamento inflamable, cada vez que discutimos por nimiedades. Te diría que no me gusta que me digas que no te quiero, si cada día me esfuerzo en quererte a mi manera, como yo lo sé hacer, como he aprendido, como me han enseñado, dando amor y esperando recibir lo mismo. Te diría que te tengo paciencia, pero no mucha, que me desquicias siempre que te pones a la defensiva, como si fueras la única persona a la que le pasa desgracias, como si en el mundo sólo existieras tú. Te diría que para recibir hay que dar, y que dejes para los cristianos el dar sin recibir, que a mí me puedes querer a lo pagano, dando y recibiendo, sin más complicación que la reciprocidad. Te diría, por ejemplo, que me encanta madrugar a tu vera, cuando las primeras lanzas de sol penetran por la cortina cortando el aire y clavándose en la alfombra. Sentir que no estoy solo, que duermes como una marmota, a veces roncando, como si fueras el motor de un tractor. Pero, sobre todo, te diría que aún con tus defectos, esos que en realidad no me importan, te sigo queriendo igual. Por eso me río. Porque nada me importa en la vida más que tú, porque ya somos viejos y me sigo riendo igual que cuando nos conocimos. Autor: Claudio Carlo.

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