sábado, 15 de mayo de 2010

Yo la quiero como es.


Yo la quiero, la quiero limpia como la arena blanca lavada por el mar.
La quiero integra, honesta, enterita como la luna, blanca y nueva, la quiero para mí.
La quiero querer querida como nadie la ha querido.
Yo la quiero, la quiero alegre, sonriente y primaveral.
La quiero querer queriendo que me quiera.
La quiero para mí, para mí y llámenme egoísta.
Yo la quiero, quiero, quiero, quiero hacer feliz como una lombriz lo es dentro de una manzana.
La quiero querer querida y que me quiera.
La quiero nueva, bella, luminosa como el sol naciendo al alba.
La quiero querer queriendo que me quiera igual.
Yo la quiero, quiero, yo la quiero para mí.
La quiero joven, mozuela, de mejillas ruborizadas cuando le susurre palabras de amor.
La quiero virgen y serena, en espíritu y en verdad.
La quiero lozana, la quiero mujer, la quiero enamorada, enamorada de mí.
Yo la quiero como nunca, nunca, nunca, he querido igual.
La quiero gata, la quiero fiera, la quiero suave, la quiero noche, la quiero amanecer.
La quiero mucho, mucho, mucho, la quiero un tanto más.
Yo la quiero madura, la quiero verde, la quiero conspicua, la quiero inocente, como las mariposas estrenando alas al amanecer.
La quiero café, chocolate y nata, la quiero leche y la quiero miel.
Simplemente: La quiero para mí, tal y como es.
Autor: Claudio Carlo

Las musas se fueron de fiesta... (Microrelato)

Nada, no pienso nada, mi mente está en blanco como una nube que flota sobre el viento de poniente. Ya quisiera pensar en algo provechoso, pero nada. Hoy no es noche para la creación, las musas se han declarado en huelga de brazos caídos y sin embargo se van de fiesta, las muy vagas, siempre cuando quieren, no cuando uno las invoca; me da una bronca como para agarrarlas por las alas y pincharlas con alfileres en un panel y hacer un insectario con ellas (pequeñas zorras): jajajaja... Autor: Claudio Carlo

El gran pez. (Microrelato)

Hay días grises en los que el clima no se presta para la pesca. Y en el inmenso océano azul aguarda un gran pez, enorme, singular, a que vayas a por él. También está triste, también está pensando en el lugar dónde se encuentra ese pescador corajudo, que será un digno rival con el cual lidiar en cíclope competencia de fuerzas, de moral y personalidad. Mientras tanto, mientras espera ese día, mientras pasa la tormenta y vuelve la calma, el gran pez acaricia el bote en el que quizá esté ese pescador. Tú eres mi gran pez -piensa el pescador- y sé que estás ahí, dispuesto a que cuente nuestra historia. Autor: Claudio Carlo

Abrazo fundido.


Con el beneplácito de la naturaleza en ebullición candente, que nos hizo lava, fuego y luego ceniza, que permitió fundirnos en un abrazo voluntario, indefinido, caluroso, y que después nos convirtió en piedra impenetrable, en dos corazones de roca hecho uno, ayer de lava, de fuego, de tierra, enlazados para siempre, por siempre, convertidos en un solo cuerpo, en un solo ser, nosotros, nosotros y el mundo, nosotros las rocas, somos piedra, fuimos lava, fuego y tierra, erupción, ahora somos roca y somos lava seca, fuego dormido, de ceniza reciclada en piedra, a veces fría, a veces caliente, somos un abrazo, somos roca blanca, piedra negra; pero somos nosotros, los mismos de ayer pero diferentes ahora, después del génesis de un abrazo fundido. Autor: Claudio Carlo

Melodías para toda una vida (microrrelato)


Él era su amante, su amor y su vida entera. Era un hombre joven, pertinaz y aguerrido. Y en días deslumbrantes, de sol esotérico y de nubes ausentes y cielo claro, él le cantaba canciones de amor para toda una vida, mientras sus habilidosas manos, con sublime don musical, lograban forjar del violín la mejor melodía bucólica que estuviera acorde con la belleza de su amante. Ella lo amaba, lo ama y lo amará eternamente, aunque hoy su cuerpo esté ausente, aunque hoy en su silla nadie se siente, aunque hoy sea ella quien toca el violín, cantando canciones para toda una vida, porque el destino secuestró a su amor para siempre, y está ahí, en el mismo lugar donde crecen las espigas de trigo que suavemente peina el viento. Autor: Claudio Carlo

Podría decirte tantas cosas.


Podría decirte tantas cosas, que necesitaría toda una eternidad para decírtelas, y aún así no sería suficiente. Te diría, por ejemplo, que no me gustan tus ojos (cuando no me miran), que no me gustan tus labios (cuando no me besan), ni ese temperamento inflamable, cada vez que discutimos por nimiedades. Te diría que no me gusta que me digas que no te quiero, si cada día me esfuerzo en quererte a mi manera, como yo lo sé hacer, como he aprendido, como me han enseñado, dando amor y esperando recibir lo mismo. Te diría que te tengo paciencia, pero no mucha, que me desquicias siempre que te pones a la defensiva, como si fueras la única persona a la que le pasa desgracias, como si en el mundo sólo existieras tú. Te diría que para recibir hay que dar, y que dejes para los cristianos el dar sin recibir, que a mí me puedes querer a lo pagano, dando y recibiendo, sin más complicación que la reciprocidad. Te diría, por ejemplo, que me encanta madrugar a tu vera, cuando las primeras lanzas de sol penetran por la cortina cortando el aire y clavándose en la alfombra. Sentir que no estoy solo, que duermes como una marmota, a veces roncando, como si fueras el motor de un tractor. Pero, sobre todo, te diría que aún con tus defectos, esos que en realidad no me importan, te sigo queriendo igual. Por eso me río. Porque nada me importa en la vida más que tú, porque ya somos viejos y me sigo riendo igual que cuando nos conocimos. Autor: Claudio Carlo.

Quieres y no puedes.


Intento descifrar la luz encriptada de tus luceros,
que me miran distantes y escondidos,
a la sombra de la lámpara apagada,
sobre mi mesilla de noche.
Te miro de reojo, y pareces cerrar los ojos,
bajar la cabeza, cuando te encuentro.
Pareces mirarte por dentro,
y estar sumida en una dubitación estática e imperecedera.
No hay luz mayor más que la tuya,
ni la luna se atreve hoy a competir contigo.
Quieres levantar el vuelo y no puedes.
Quieres saltar a mi cama y no puedes.
Quieres verme de frente y no puedes.
Hay noches intranquilas en que tu retrato parece hablarme.
Y tus alas parecen batirse imperceptiblemente.
Autor: Claudio Carlo